
Confieso que se me antojaba casi un castigo sentarme a ver una nueva obra parida por la atrevida pluma de
Paco Cabezas, el mismo sujeto que perpetró un guión para aquella cosa titulada
Sexy Killer. Pero no crean, no, que tampoco siento por este tipo nada similar al odio; de hecho, he empezado a detestarle un poquito menos tras leer con cierta curiosidad la entrevista que le dedicaban en el número de diciembre de la revista
Scifiworld, en la que el joven director hablaba de todo un poco y siempre con ese tono excesivamente confiado que le caracteriza y que a mí tanto me carga.
No me cabe duda de que
Cabezas pretende aportar renovación al género fantástico patrio, pero mucho me temo que por ahora no ha logrado otra cosa que ser un torpe aspirante a artista del déjà vu. Sus esfuerzos por epatarnos colisionan brutalmente con un previsible guión que con dudoso resultado combina la road-movie, el horror y la denuncia-política. O lo que es igual: las buenas intenciones del guionista-director quedan en pantalla reducidas a eso, a buenas intenciones, algo que nunca es suficiente para el espectador veterano y difícilmente impresionable.
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