VI
La abuela,con la mirada inerme,unos ojos sin vida que ni siquiera parpadeaban si le pinchabas las pantorrillas con una aguja,podría decirse que ciegos a pesar de tan abiertos y expectantes,y cada vez más invisibles tras la película de grasa que con el tiempo se había acumulado en los cristales desgastados de aquellas gafas de montura descolorida y fea,muy hortera,como para aplicadas señoritas de internado en sus tiempos,aquí y allá remendada con trozos de esparadrapo ennegrecido,enmarcando ruinosamente aquella mirada extraviada de pez muerto.Y aquella boca ofidia,próxima a lo repulsivo,que tan a menudo escupía la dentadura postiza de piezas melladas que yo maquinalmente recogía del suelo,con reparo y prigándome las manos siempre,para devolverla a su lugar,una y otra vez.La abuela,o lo que de ella quedaba,apenas unos restos que aún respiraban torpemente y con dificultad manifiesta,peroraba sin descanso sobre absurdos intangibles para el entendimiento humano.De aquel cuerpo de apariencia momificada, de sucio muñeco de cera,postrado en una maltrecha silla de ruedas, brotaba constantemente una retahíla de sonidos imposibles que parecían no tener fin, de palabras medio dichas,inconexas,inventadas, acompañadas de puntos suspensivos y balbuceos que rompían contra mis oídos agotados,sangrantes.Pretender no escuchar,y a veces esto inspiraba la descabellada idea de perforarse los tímpanos con tal de no hacerlo, era inútil;por más que lo intentara,aquella lengua ignota seguiría golpeándome sin compasión hasta sacarme de mis casillas,desquiciándome por completo.Sólo en ocasiones muy aisladas,la vieja interrumpía su insufrible hiperactividad verbal,permaneciendo en absoluto silencio durante unos instantes,siempre demasiado breves,sin dar tiempo material para una tregua,para retomar a continuación aquel monólogo de otro mundo que se extendería incesante durante las horas siguientes.Incluso después de su muerte, su galimatías siguió persiguiéndome durante años,como si aquella provecta boca,ahora invisible,hubiese eludido su entierro a fin de no privarme de sus soliloquios jeroglíficos.
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