¿No odian los domingos?

Sí, ya sé que siempre me quejo de este horrible día, pero es tal el odio que le profeso que no puedo evitar plasmar aquí este sentimiento. Es uno de esos días en los que a uno perfectamente pueden entrarle ganas de abrir la ventana y arrojarse al vacío. El tedio espolea las frustraciones enquistadas en el alma y pasa lo que pasa. Un saltito y se acabó. O no. Si a alguno de ustedes le ha cruzado hoy la idea por la cabeza, sepa que le comprendo. Es más, si ha llevado la idea a la praxis, sigo comprendiéndole. Pero si aún está barajando la posibilidad de quitarse de en medio, le aconsejo que lo haga de manera discreta, ya que corren tiempos en que a uno ni suicidarse le dejan. Si por otro lado ha optado por la práctica del suicidio colectivo, tenga cuidado dónde contacta con otros suicidas potenciales, no sea que, sin saberlo, esté usted contándole su último propósito a algún periodista infiltrado o buen samaritano que decida salvarle la vida. Tenga usted muy presente que de darse el caso podría terminar usted ingresado en una institución psiquiátrica o incluso entruyado. ¿O es que no ve las noticias? Mucho libre albedrío, pero luego no dejan que uno se quite la vida a gusto. Yo no pienso suicidarme ni en broma, como mucho arrojarme al suelo desde la silla en la que ahora estoy sentado, pero me pego unas siestas de las que más que despertar, resucito.