Tras salir con vida de un pase nocturno del nuevo despegue de Kal-El, sólo puedo asentir con enmudecida aprobación y afirmar que el superequipo formado por Nolan, Goyer y Snyder ha logrado insuflarle nueva sangre a una leyenda del cómic que en los últimos tiempos parecía no encontrar el proyecto adecuado que le ayudase a protagonizar un regreso digno a la gran pantalla. Admito que tuve mis dudas cuando en su día se anunció oficialmente que el futuro fílmico del personaje dependería de alguien como Zack Snyder, un tipo al que siempre he considerado tan capaz y talentoso como en ocasiones víctima de su festiva tendencia al descontrol visual. Recuerdo que entonces pensé que el auteur Nolan, padrino de este reinicio, se encargaría de vigilar de cerca el fuego creativo al que Snyder nos tiene acostumbrados, mas lo cierto es que seguramente esa idea jamás se encontró entre los propósitos del primero, quien sin duda elegía con buen ojo al profesional que este proyecto necesitaba: contra pronóstico, el realizador de la incomprendida Sucker Punch no sólo no ha tenido que contenerse demasiado, sino que además ha contado con unas facilidades presupestarias que le han permitido regalarnos otra película enorme con la que, una vez más, ha podido expresar, y de qué modo, su amor por el entretenimiento desproporcionado.
Mi evidente entusiasmo tampoco me hace perder de pista que la línea de puntos podría haber sido recortada aquí y allá con más esmero, pero incluso así, esta actualización de las aventuras del superhombre emblema de la DC supera por muchos cuerpos a la descafeinada aproximación al mito perpetrada por Bryan Singer, acertando, además, al hacer todo lo posible por distanciarse del camino ya recorrido en esa cumbre que, tantos años después, sigue siendo el film rodado por un Richard Donner inspirado y en plenitud de facultades. Si el espectador con memoria es capaz de aparcar clásicos irrepetibles e inservibles, a veces inevitables, nostalgias durante la proyección, apreciará sin mayores dificultades las virtudes de Man of Steel, multivisionable espectáculo que, a pesar de lo afirmado por sus detractores, combina hábilmente la búsqueda de un enfoque adulto para su estrella con el orgullo de ser un blockbuster propietario de unos niveles de acción y destrucción sin límites que a buen seguro se habrán ganado el aplauso de gente como Michael Bay o Roland Emmerich, señores indiscutibles del apocalipsis cinematográfico de nuestros días.
Asimismo, esta recuperación para el cine del aventajado hijo de Krypton sirve para recordarnos que los iconos, a menudo tan sobrevalorados, no están ahí para ser temidos o proyectar su sombra eternamente: Henry Cavill, sobre quien ha caído la responsabilidad de ser la nueva carne del alienígena benefactor, brilla dentro de un disfraz que parece haberle elegido, proyecta la imagen de honestidad sin mácula que el superhéroe requiere, y logra que su trabajo no se vea solapado, que no es poco, por el recuerdo entre mágico y entrañable del malogrado, pero siempre recordado, Christopher Reeve.
* Este texto fue publicado en el número 64 de la revista Scifiworld (agosto de 2013).
Foto: Warner Bros Pictures.
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