LLEVO UNA UZI AL CINE (Y 3)
Saber cómo entretener al respetable con un film de duración más que generosa es una habilidad al alcance de
unos pocos privilegiados. Muy, muy pocos, en realidad. Lamento no poder incluir
en tan selecto club al insigne Quentin Tarantino, siempre hablando de futuros
proyectos y subrayando cada una de sus palabras con esa gestualidad maniaca de
sus manos. Se ruega a sus admiradores que mantengan la calma, que no
desempolven las antorchas todavía, pues reconozco la valía inconmensurable de
este icono cinematográfico, especialmente cuando, con el homenaje como
pretexto, se apropia sin rubor de materiales ajenos, a menudo desconocidos por
el gran público. Asimismo me fascina su destreza inigualable para dilatar
situaciones y diálogos hasta la extenuación, convirtiendo sus trabajos en
culebrones que oscilan entre el destello aislado de genialidad y el relleno que
inexplicablemente sobrevive a la sala de montaje, donde Tarantino parece
sentirse algo incómodo. De todos modos, ¿quién necesita a este sobrevalorado
señor cuando aún podemos disfrutar del cine de Martin Scorsese? A sus más de 71
años, el titán italoamericano ha vuelto a sorprendernos al lanzar un misil como
The Wolf of Wall Street (2013), que
no aporta absolutamente nada a su sobresaliente carrera, pero sí es la prueba
de que una película puede subir como la espuma durante tres horas de auténtica
jarana.
Publicado en Scifiworld #71.
Etiquetas: autores, cine, maniquí de prueba de choque, Me gustan los uniformes, plagios, Scorsese, Tarantino
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